jueves, 12 de noviembre de 2009

A cenar.

Siento las piedras cómplices bajo mis zapatos silenciosos. Mientras ella prepara la cena mi curiosidad por sentirla bajo mis caricias arañando todo lo que pudiese antes de morir me hace avanzar, no me pregunto nada. Curiosidad perturbadora que aprendió a convivir con mi mente al saborear la incertidumbre, al terminar la locura.

No tiene tiempo de gritar, la he alcanzado. Al tomarla del cuello el equilibrio hace que me tumbe de espaldas en el astillado suelo, ella encima, qué estupidez, creo que la espalda no me servirá para más tarde. Forcejeo…

Un segundo más, ya casi se ha marchado, tengo la imagen de sus “ojos fijos en la nada” en mi mente...
Un segundo más.
Ahora siento el terrible dolor de sus puños en mis testículos, ¿recordó que somos humanos? Y escapa… se va gritando, está pidiendo auxilio.

Incertidumbre ahora y sin embargo sin premio. Perturbado. Sin premio. Con la espalda malograda, con los “testículos fijos en la nada.”

Mi amor. No pidas auxilio. Vuelve, acariciémonos.