martes, 15 de noviembre de 2011

En vano.



Y se fijaba en el mismo prototipo. Todo ha empeorado entonces, con el tiempo se vuelve inmune a sus propias “corazonadas”, es más vulnerable a la vergüenza. Qué harás.

Tirado en el oscuro suelo se da cuenta que la perdió de vista. Ni abriendo ni cerrando los ojos, ella se fue hace tiempo y solo quedan sombras de su fragilidad, al borde, bien al borde.

Pero hay mañana de nuevo, el diablo se va de su ventana, ella vuelve a sonreír de lejos, vuelve a perderse por ahí prometiendo que volverá. Regresa al disimulo de no creer en lo eterno, en el amor.

Y bueno, le seguirá gustando. Volverá al disimulo. En vano.

Como una bala.


A veces te convences de que no podrás aguantar, de que se sentirá mejor tirarte al suelo sin pelear para descansar y olvidarte de todo.
Uno llega a creer que la situación es compleja y no. Se trata de sangre fría, actuar sin meditarlo demasiado, ir hacia adelante muy confiado. Y aún cuando sepas del historial de fracasos, saber que es fácil lo resolverá, como una lanza, como una bala, hasta chocar. Hasta morir.

Sábados y piernas.


Me quedé en estado de hipnosis, recordando como la luz bordeaba su cintura. El miedo, la valentía y la necesidad de no meditar el porqué. Ella era paz y guerra como todo lo que me rodeaba aquel sábado de muerte.
Me puse de pie y con un beso cansado le dije que volvería.
Me alejaba caminando por el pasillo, recordando cual era mi debilidad. La dejé con todo lo que le importaba, con lo que le servía y con lo que necesitaba, nada sentimental, nada de fotos, ni rastro ni reclamo. Me esperaría una, dos o quizá tres horas. Sabría que terminó perdiendo la noche, que me había dado cuenta de su alma destructora y que me iba para no volver a sus piernas nunca más. Iba a ser lo mejor, un dolor sin efectos duraderos, una distracción que terminaría por esfumarse.
Caminaba y estaba ya lejos, convenciéndome, decidiéndome. Y si, pude no haber vuelto.