sábado, 24 de mayo de 2008

Ploma ida.

Galinda parecía dormida. Baddo la veía y no podía cerrar los ojos. Había muerto, había muerto. Había muerto, había dejado al joven Baddo con el corazón morado. Los puños del joven aún estaban cicatrizando. Golpes en la piedra ovalada, autoflagelaciones en el cuerpo y rostro, una nariz dura... “contrólalo Baddo… qué te enseñó la oscura Galinda… contrólate…”

Con todas las fuerzas que le quedaban… empujaba las lágrimas hacia el interior de sus ojos. Se escaparon tres, cuatro, cinco… “Galinda, mi amor… mi precioso ángel… mi maestra, mi sargenta… mi amor… escúchame por favor… escúchame…”

Párpados plomos, labios pálidos… Baddo sin poderse contener un segundo más rompió en un llanto infantil terrible. “No preciosa…no… abre los ojos… quiero ver… quiero ver el azul del mar…”

Si existiera un consuelo para Baddo no se encontraba en ese planeta. Su hermosa sargenta lo había dejado. Baddo solo estaría bien después de morir en la ley de Galinda. “Hoy si… hoy…” Su rostro parecía explotar… su corazón parecía tumbarse. Puños en la tierra. “Te amo… me amas…mi señora Galinda… trataré de no morir de tristeza antes de.”

La cuarta montaña.

El caballero de la orden naranja tenía la armadura oxidada. Caminaba por la desolada montaña con los ánimos, aún no apagados. Atrás, unos cuervos blancos hacían piruetas en el aire. Adelante un grupo de “Delemers” devoraban a un caballo negro. Negro como la vegetación colina abajo. El caballero de la orden naranja acaba de pasar por mi lado, y finalmente se ha detenido a 100 metros de los “Delemers”.

Sólo uno de los estúpidos delemers se ha dado cuenta de su presencia y se lo queda mirando. Se pone de pie, si es que a esa postura se le puede decir así. Ahora los Delemers se han dado cuenta y están dejando de comer.

El caballero naranja ha desenvainado su oxidada espada. Los delemers corren hacia él. Son más o menos 15, dios mió. Me es imposible creer que el caballero sobreviva a esto.

Le corta la cabeza en dos a uno de ellos. Un delemer pierde un brazo. Otro pierde un pedazo de eso que tienen en la espalda. No se que ha pasado, el caballero está en el aire y repentinamente a caído al suelo. Los delemers lo levantaron en peso. Veo sangre. Veo un fluido. Los delemers se acercan a paso ligero. ¡No!... un….un dolor… han terminado por verme. Siento nuevamente mis piernas, pero lo que siento no es agradable. Parece que acompañaré al caballero naranja al purgatorio. Oigo sus gritos… “no grites… que tu miedo me contagia…” (maldita sea la hora en que me caí de ese caballo...)

Hasta luego no digas.

No me avises si te vas. Levántate, déjame a la vista esas pantuflas marrones y cierra la puerta de la habitación. Limpia el cuarto de Danielito por última vez, déjame una toalla en algún lugar del baño. No les des la comida a los canarios aún. Busca el control remoto... o mejor aún escóndelo más. Hazme un café. Escribe por última vez con colorete ese espejo, si quieres no te tomes el tiempo para inspirarte… se te hace tarde.
Y solo si deseas… déjame ese sombrero al cual amas tanto. Cierra la puerta despacio, pero antes, suspira por mí.

jueves, 15 de mayo de 2008

El pedazo de tierra.

El terremoto pasó.
Porque no podemos parar. Egoísmo. Creo que se resume en eso. Justificación. Realidad.
No hay mucho que se pueda hacer contra eso. Lo que tenemos que salvar, antes que a nuestro pedazo de tierra, es a nuestra conciencia. Pero… la conciencia al fin y al cabo, tiene que ver con el bien y el mal. Y estos no están separados lastimosamente. Todo está ordenadamente hecho un desorden. Un virus que existió me dijo una vez: “Basta con que tu dejes de comer. Engáñate, busca tu mentira, pero deja de comer… tienes que seguirme, porque yo ya me muero”. No creo que por ahí este muriendo otro igual. Ese fue un “idiota”, como hubiera dicho la mujer que tanto amé. Pero, tengo hambre… y no puedo aguantármela. Le pediré disculpas en la tumba al virus.
El terremoto pasó, pero seguro pasarán muchos más.

jueves, 1 de mayo de 2008

La cocina apagada...

Tres de la madrugada. En el cuarto estaba Isabel, semidesnuda, abrigándose con una sábana delgada. Afuera, el cadáver de su esposo estaba a la oscuridad de la cocina.

A 20 kilómetros de la casa, Bernardo hacía rechinar las llantas de su nuevo auto en las esquinas cerradas de la ciudad “Morena”.

El timbre chilla. Isabel da un salto del susto. Se queda mirando el vació, pensando. De pronto escucha que tocan a la puerta de la sala.

Muerta de miedo, abre la puerta de su cuarto. Y se asoma. La luz de la sala estaba apagada. La persona que tocaba quizá piense que no había corrietnte eléctrica. El timbre vuelve a chillar.

Antes de que Isabel decidiera abrir la boca para preguntar quien era. Oye la voz de su cuñado, Gonzalo. “Maldición, tenía que ser justo este maldito loco.”

Gonzalo volvió a hablar. “¿Hay alguien? Marcos… se que no me querías ver hoy pendejo... pero no tengo a donde ir. La perra de Cintia me echó de su departamento. A penas y pude sacar alguna de mis cosas… ¡Mario!,… Vamos, se que estás ahí, no seas grosero, ábreme la puta puerta.”

“Carajo”, “Vete.”Pensaba Isabel. Pero no se fue. “Mario, si estás ebrio, que es lo más probable, y solo me estas escuchando de la manera en que escuchas a nuestra madre… me voy a enojar mucho pendejo… ¡Mario!, carajo…”

Isabel, entró a la cocina en busca de su cuchillo. Si Gonzalo, se enteraba de lo que había pasado con su hermano menor… seguramente se desquiciaría. Gonzalo le tenía mucha cólera a Isabel. “Trato de violarme una vez.”

“Mira Mario. Me vas a disculpar, pero tengo mucho sueño, y necesito una cama. Voy a entrar ¿ok?, no pasa nada… yo pagaré tu puerta. Pero mira que es por tu falta de amabilidad... ¡Carajo no bromeo!"

Isabel podía escuchar el cerrojo moviéndose. Él entraría en cualquier momento. “Bernardo, apúrate, apurate.”

A 19 kilómetros, Bernardo se encontraba con un agujero en la cabeza. El carro estaba estrellado contra una pared. La música de su radio seguía sonando fuertemente. La calle estaba desierta. La luna hacía ver la sangre color negro.