martes, 10 de julio de 2012

Banquete

No te puedes ocultar, ni si quiera en esos ojos helados, no puedes sumergirte. Es hora de volver, de que camines entre tus hojas, que respires. Inhala. Sabes que llegó la hora y ya no te queda más humanidad que la que nos debes. Al final, eres  solo un pedazo de gemido, las migajas de un banquete que nunca estuvo en la mesa, el sueño de un remordimiento. Vuelve a mi lado porque, esta vez, no tienes dónde esconder tu propio y renovado ser.

Dónde

Devuélveme las locuras, dónde las tienes, las escondiste para que no las use con nadie más. Dónde, ¿las perdiste? Dónde están.
Solo sabes amar y eres un caso perdido. Estás ciega. Demente.
Regrésame en el tiempo aunque sea en tus sueños porque solo ahí puedo volver a ser como antes, un cursi sin remedio.

Escribir

Ni una sola calle le parecía buena para andar, ni un solo clima, ni un solo sentido. Sin palabras ni apetito para leer. Sus emociones, aunque divertidas, no le bastaban. Y volvía para empezar, otra vez.

Las llaves

Pierdo la inspiración con cada recuerdo. A veces sueño que subo hacia tu habitación por la madrugada y encuentro ese ataúd bajo tu cama. Por más que trato, no puedo abrirlo. Forcejeo en silencio, no quiero despertarte, estás muy dormida, muy tranquila.
No se por cuánto tiempo más sigo intentando, desanimándome y animándome al minuto. 

Luego, presiento que empieza a amanecer y me acerco a ti, quiero pedirte que me ayudes, decirte que necesito lo que contiene, que, lo juro, no me lo llevaré todo.

  — No tengo las llaves. No me las diste.

“No tiene las llaves”… “no las tiene”…
Pierdo intentos cada madrugada.