sábado, 6 de septiembre de 2008

Madrugada tres.

Acababa de encontrar el cadáver. No creía que en realidad su hermano había podido hacerlo. Tenía hambre. Su esposa tenía mucha más hambre. No parecían motivos suficientes como para temblar. Tragar saliva. Y temblaba, temblaba mucho. Sudaba y su cabeza vomitaba en su poesía mundana. Si no lloraba ahora… corría el riesgo. Lástima que sus ojos siempre estuvieron secos.

1 comentario:

i r i s e s dijo...

como el cadáver triste de la madre (aquella madre Watanabe).