lunes, 27 de octubre de 2008

En el pastizal. Resumen.

El “demonio de Tantúo” saltaba una cerca de electricidad apagada. Corrió colina abajo en dirección al gran verde. Pronto ya no necesitaba escapar, demorarían en encontrarlo ahí, estaba en su paraíso. Se despojó de camisa y zapatos; se tumbó en el pasto seco y vio un cielo que empezaba a limpiarse de nubes. Sonrió “Lo he conseguido…”

Dos horas antes se atormentaba por Yolanda. Ella era tan silenciosa… tan inquietante, siempre cargando ese costal. “Su cuello… sus piernas…” Sin embargo hija de un idiota racista. Ella se había juntado con un pobre vago de raza negra y su horrible padre no aceptaba la idea. “Maldito seas” se decía que había matado a su hija y lo habían llevado a la cárcel. El pobre demonio caminaba con cólera en sus pasos y con llanto en su frente. Maldiciendo al padre de Yolanda y sin importar que la justicia lo agarre a él también por sus crímenes anteriores, se dirigió a la comandancia. “Probemos la calidad de dolor me pueden proporcionar ustedes.”

Sin embargo, una cuadra antes de llegar vio a Marcela, la puta y hermana de aquel vago negro… el vago del que Yolanda se enamoró. Marcela con rostro enojado llevaba comida y caminaba enojada en dirección contraria a la suya. El demonio no entendió lo que por su mente paso cuando decidió seguirla, cerros muertos, pastizales, silencios… y al final de su muy extenso recorrido por una mugrosa tierra, se dio cuenta de su agria y dulce “suerte”. Ella se paró frente a una cabaña en la que no podría vivir un perro.

Si el demonio quisiera recordar no lo haría con éxito. Supone que asesinó a Marcela y al vago que se escondía en la cabaña. Lo que si recordaría era a Yolanda semidesnuda frente a él, en aquella cabaña… en la que no podría vivir un perro. “Era cierto… estás con vida”, la llamada justicia solo había encontrado indicios de la muerte de su amada, estaba desaparecida, con tres dedos de la mano izquierda amputados por su racista padre. Era toda suya. Esa tarde hizo lo que había deseado hacer desde hace ocho años. Nadie podría tocarla excepto él, nadie podría hacerle daño excepto él. Ella era simplemente especial.

Manchado de la hermosa sangre de su amada, escapó del lugar. Un patrullero destartalado lo vio y unas niñas más allá gritaron al verlo correr. Ahora, en aquél pastizal, verde como su lujuria, aún sonreía al recordarlo todo. Todo…
Bostezó y se estiró. “Qué bella puede ser la vida por momentos.”

2 comentarios:

m dijo...

con esta historia los puntos suspensivos se escriben en la imaginación...

remei dijo...

Dónde estará? Ahora soy yo que estoy perdida con la pregunta!