lunes, 11 de agosto de 2008

Madrugada 2.

Tenía una noción de lo que era la velocidad mucho más minuciosa de la que tenía Malo. Además, sabía muy bien los peligros por lo que podría pasar su esposo en caso de que se supiera la verdad. Sabía que medidas tomar, cuando las debía tomar, y que reacción le esperaba. Por más inesperada que fuese. No se preocupaba. Simplemente, trabajaba.

Como lo hacían sus compañeros de la infancia en el puerto de Martian. Como lo hacía su padre sin importar que tan inescrupuloso sea su oficio con tal de llevar billetes a la casa… como lo hacía su profesora favorita en aquel recinto tan agobiante y oscuro en el que ella estudiaba. No era cuestión de pensar. Eso era lo último que tendría que hacer…no podía darse el lujo de imaginarse pensando en las distintas posibilidades que le ofrecía aquella supuesta sucursal de la derrota humana. ¿Ya se dan cuenta de lo estúpido que resultaría pensar en esos momentos?

La madrugada llegaría en cualquier momento y la manosearía a su antojo. Las compañeras se alejarían a sus casas. Las tareas hablarían por si solas… la noción se haría menos grata… y la velocidad… sería eternamente… de nuestra protagonista.

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