miércoles, 9 de julio de 2008

Catherine.

Las cinco amigas corrían alegremente. Gritaban entre ecos, y reían al verse reír entre ellas. Los árboles ya no las podían ver, y es que ellas corrían alegremente porque se habían alejado de sus penas unos cuantos kilómetros. Sabían que esta era la primera y última vez en que podrían alejarse tanto… estaban tan jubilosas. De pronto una cayó… pero no llegó a acomodar sus ojos hacia el cielo. La segunda cayó y se quedó viendo los vestidos de sus compañeras de alegría. La tercera corrió con todas sus fuerzas, dando las carcajadas más estruendosas que pudo. La cuarta retrocedió entre risas, pero al no querer mirar hacia las primeras, sus lágrimas se trasformaron en las últimas palabras. La quinta, la menos jubilosa, corrió asustada en el sentido contrario. Cerró los ojos, siguió corriendo tropezándose lo menos que pudo. No iba a llegar… no iba a llegar… sentía que las pantorrillas le quemaban, que el cuello se le entumecía, corría lo mejor que podía, pero su cuerpo parecía una estaca en tiempo… a los pocos kilómetros, escuchó una voz… se estremeció y dejó por fin de reír amargamente. Arrepentida… pudo ver a la tercera morir en su presencia, y quiso reír de nuevo.

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