miércoles, 9 de julio de 2008

Desagüe.

Tenía miedo. No debería, él debería causarlo, no sentirlo. Todos habían abandonado la mesa. Empalados. Deseaba en ese momento que sus víctimas aún estuviesen con vida. Con vida, para preguntarles si lo que él veía era real o si era fruto de un organismo corrupto y sucio. De una perversión pervertida por los mismos demonios. De una locura con ganas de llorar. De las carcajadas alcoholizadas y drogadas. De las visiones putrefactas de tantos años de fiel crueldad. El castillo, teñido del más cochino rojo, temblaba tímidamente por pesados segundos.

Las últimas escaleras, plagadas de nervios y dientes, dejaron de tener fin. Ahora nuestro somnoliento protagonista perseguía la poca cordura que le quedaba. Tapándose las orejas con todas las fuerzas de su obtusa realidad, caminaba hacia su puerta principal. Caminaba con rapidez. “No veas hacia las ventanas”, en ellas la esquizofrenia se acumulaba brutal y abusivamente. “Sal, sal de la casa, sal…”

Los pedazos de una última víctima gritan… demasiado tarde. Nuestro desesperado protagonista… ya se encontraba bebiendo sangre de su propia mano.

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