Tenía miedo. No debería, él debería causarlo, no sentirlo. Todos habían abandonado la mesa. Empalados. Deseaba en ese momento que sus víctimas aún estuviesen con vida. Con vida, para preguntarles si lo que él veía era real o si era fruto de un organismo corrupto y sucio. De una perversión pervertida por los mismos demonios. De una locura con ganas de llorar. De las carcajadas alcoholizadas y drogadas. De las visiones putrefactas de tantos años de fiel crueldad. El castillo, teñido del más cochino rojo, temblaba tímidamente por pesados segundos.
miércoles, 9 de julio de 2008
Desagüe.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario