miércoles, 9 de julio de 2008

Una tarde naranja gris.

De las nubes caía popcorn y en la calle eran las seis de la tarde. Una tarde naranja gris. Un anciano robot aún se acurrucaba bajo el techo de su casa. De pronto creyó ver a Damra. No. El oxidado y senil robot miraba confuso las páginas verdes del libro familiar. Ahora estaba deseoso de no controlar la belleza de su ira. Damra se había ido con.

Eran celos, no cabía duda, eran los mañosos celos.

Pensó el viejo robot, como podría asesinar a su ser mas amado, Damra. No se le ocurría ninguna manera realista de hacerlo, así que optó por golpearla o cortarla con algún objeto de la pertenencia de su víctima. Pero… Damra… no le había regalado más que una botella de vino. ¿Serviría?

Serviría. Un vidrio azul de gran tamaño podría cortar las venas de Damra. De su Damra. Bajó las pequeñas escaleras. Su reja…

Afuera, era cierto que las nubes lanzaban popcorn, las calles estaban infectadas de tiza amarilla y neuronas incoloras. No había por que quejarse.

Llegó. Su centro de trabajo. El anciano y prostituido robot llegó a su centro de trabajo. Anfitrión de “las orgías bajo el cielo”.

Rápidamente se vistió. Damra en un rincón ya se encontraba sin prenda alguna.

Las paredes tenías almohadas gigantes, y había algunos inodoros en las siete esquinas del antro. Pasó mucho tiempo para que los celestes ojos del anciano robot se cruzaran con los de Damra. La música no era la correcta, pero no perdería su oportunidad. Sin embargo Damra escupió en su cara, grasa, excremento y vacío. Bueno, nuestro protagonista le corto el cuello. Su sangre… sin comentarios. Se sintió tan odiado…

Así que observado y con sangre en sus circuitos presentó su carta de renuncia. Su jefe le pide una última sesión de sexo, y el anciano robot se quedó para nunca más volver a casa, con Damra, con la ex Damra.

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